sábado, 21 de diciembre de 2013

ALICIA EN EL PAIS DE LA NAVIDAD

La Alicia de este cuento no vivía en el País de las Maravillas pero era su cuento favorito, y a menudo, se refugiaba en él. No es que rechazara el mundo en el que vivía, simplemente, prefería otros escenarios: aquellos en los que podía dejar volar su imaginación y donde no había nada imposible. Alicia tenía diez años y, aunque parecía frágil e indefensa físicamente, poseía una capacidad mental muy superior a la de los niños de su clase. Sabía que era distinta al resto y que la despreciaban por ello llamándola “la rara”; también sabía que, en realidad, los extraños eran ellos por llevar una vida tan alejada de los sueños y los cuentos.

La madre de Alicia, a menudo, discutía con la profesora sobre el comportamiento de la niña:

-Mi hija me preocupa mucho. En ocasiones desconecta de todo y parece ausente, sin hacer caso a nada ni nadie.


-No tienes de que preocuparte, es normal a estas edades que los niños inventen cosas e incluso tengan amigos imaginarios. Alicia tiene puestas unas alas muy veloces, las de la imaginación, éstas la ayudan a hacer realidad todo lo que sueña. Dejemos que sus ilusiones se lleven a cabo.

Mientras tanto el nuevo sueño de Alicia era un cuento de Navidad. En el colegio habían puesto un árbol gigante lleno de bolas de colores. En lo más alto había una estrella que no dejaba de brillar. Alicia estaba al corriente de que esa estrella brillaba por ella porque se lo había dicho el conejo blanco en sueños. Sus compañeros no podían saberlo porque no hablaban con seres mágicos así que decidió demostrárselo. Aprovechó la hora del comedor para acercarse al árbol de Navidad. Cogió la escalera con la que los profesores habían puesto los adornos y se subió a ella alcanzando la rutilante estrella. Escribió su nombre en la superficie y la volvió a encaramar en lo más alto. Aunque todos dijeran lo contrario ahora quedaba patente que ella era lo más valioso de todo el colegio, la estrella más bonita llevaba impreso su nombre.

Después de las clases unos alumnos empezaron a meterse con ella:

-¿Por qué eres tan rara? Nadie te quiere, no vales para nada…

-Os equivocáis, tengo poder sobre todos vosotros porque todo el universo está de mi parte.

-Encima estás loca… nadie se cree esas cosas paranormales que cuentas. Los cuentos no son verdad y ya eres mayorcita para saberlo.

-Mirad la estrella del árbol. Brilla para mí porque le pedí un cuento de Navidad. Puede que vosotros no me queráis pero los astros sí.

Boquiabiertos miraron hacia el árbol y la estrella les debió de deslumbrar tanto que cambiaron la perspectiva de su mirada, arrojando una pizca de magia en sus pupilas.

-¿Eres maga o has hecho un truco?

-Quien tiene magia no necesita trucos. Y para tener magia primero hay que creer en ella.

Alicia había sembrado la duda en la mente de sus compañeros, por algo se empezaba…

-¿Alicia, quien ha escrito el nombre en la estrella?

-El conejo blanco, mamá. Me prometió que esta Navidad sería mejor que ninguna porque había nacido una estrella con mi nombre.

-¿Sólo tú tienes estrella?

-Sólo yo creo muy fuerte en ellas. Tan fuerte creo que me he hecho la más alta de mi clase, por eso culmino el árbol.

Y, entonces, la mamá de Alicia también quiso tener su estrella de Navidad… y quizás esa noche también soñó con un conejo blanco que hacia magia para ella.

Quedaba poco para la función de Navidad. Alicia estaba muy ilusionada, saldrían todos al escenario a cantar un villancico, vestidos de ángeles.

-Mamá, necesito unas alas muy bonitas y muy resistentes, tengo que volar muy alto porque es Navidad. Me ha dicho el conejo blanco que en estas fechas los cuentos se hacen realidad.

-¿Y a dónde piensas volar, Alicia?

-A donde nadie pueda cortar mis alas. Quiero seguir siendo la más “alta” de mi clase, como la estrella.

-Ser bajita no es nada malo.

-Ya, la estatura me da igual. Pero si los cuentos se hacen realidad quizás pueda convertirme en Campanilla y seguir brillando más que nada ni nadie.

Y llegó el día señalado. Alicia y todos sus compañeros vestían de blanco y ensayaban el villancico entre bambalinas. El aforo estaba completo. Todos los papás esperaban ansiosos a que salieran sus angelitos.

Alicia fue a sacar sus alas de la mochila para que la profesora la ayudara a ponérselas y tan entusiasmada estaba que, al sacarlas con tanto ímpetu, se partió una de ellas. La niña olvidó la magia y se puso a llorar.

-¿Y esas lágrimas, Alicia?

- Ya no creo en los cuentos, conejo blanco. En el País de las Maravillas puedes volar si lo deseas pero en el País de las Realidades las alas se parten en dos. Tienen razón mis compañeros: soy rara e insignificante.

-¿Acaso has olvidado que la magia está dentro de ti?, ¿Acaso has olvidado que sólo tú tienes el poder de transformar tu propia realidad en algo encantador y fantástico?

- No sé como transformar un ala rota en algo fantástico… no puedo volar.

- En el País de las Realidades, como tú lo llamas, no hay magia pero existen cosas útiles. No existen fenómenos paranormales pero hay innovadoras tecnologías. Ven, te lo voy a contar…

Y así fue como Alicia salió al escenario con una seguridad en sí misma eclipsante. Un ala recubierta de espumillón de colores y una mente libre de prejuicios y envuelta en ilusión.

-Mirad Alicia chicos, es tan rara que sólo tiene un ala, ja ja, ja.

-Los raros sois vosotros que estáis anticuados. ¿Quién necesita ahora dos alas teniendo conexión wifi? Mi ala va conectada inalámbricamente con la estrella del árbol de Navidad. Soy un ángel moderno y tengo energía más que suficiente.

Ese día Alicia voló muy alto, más allá de lo real y de lo imaginario porque logró hacer de ambos mundos uno sólo. Situada en el centro del escenario y rodeada de sus compañeros, los cuales la idolatraban ahora, sobresalía con su espumillón de colores. Era la más alta, la más bonita y la más sonriente porque creía en ella más que nunca. Y como nadie la había admirado tanto antes, ese día voló y voló sin ayuda del conejo blanco. A fin de cuentas, El País de las Realidades no parecía ser tan mal mundo, sólo había que soñar con los ojos abiertos.

Alicia tuvo el cuento de Navidad más bonito del mundo. El conejo blanco escapaba raudo por el pasillo del salón de actos. Muchos le vieron y creyeron que era producto de su imaginación. El no detuvo su camino, esa noche le esperaban muchas mentes que visitar; al fin y al cabo era Navidad, la magia debía continuar. Guiñó un ojo a los asistentes y salió sin hacer ruido. Unicamente los que no consideran este relato sólo un cuento para niños soñarán con él una noche de Navidad.

La magia está en ti, querido lector.

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