lunes, 17 de febrero de 2014

NOVIEMBRE DULCE

AMARGOS FEBREROS QUE AÑORAN DULCES NOVIEMBRES:

Ese Noviembre fue el culpable de todo. Ese maldito mes que se anunciaba tan dulce como el de las películas y nos dejó un regusto amargo. O quizás fue tan sabroso que acabó empalagándonos. Tan colmados estábamos de dulzura que la dejamos escapar por una rendija, no quedó ni un gramo de azúcar en la comisura de nuestros labios y ahí comenzó nuestro fin: en lo agrio de unas bocas. En todos los finales siempre supe ver un nuevo comienzo pero esta vez estaba al borde de un precipicio. Fue la rabia por no saber retener el azúcar de tus labios en mi paladar la que me llevó a morderme la lengua y empezar a sangrar. Sangré pena, dolor y sufrimiento durante meses. Culpabilicé a ese Noviembre que se antojaba dulce de todos mis males, me peleé con el calendario y empecé a arrancarle hojas. Por cada hoja arrancada un pellizco al corazón; y cuando me quedé sin hojas éste no aguantó tantos vaivenes y se puso en huelga.

Me volví apática y gris porque mi corazón estaba a bajo rendimiento. Diciembre, con sus excesos, no me sació. Buscaba dos corazones: el mío magullado y el tuyo, con un enigma por resolver. Dos corazones que se buscaban entre sí y que nunca más se encontraron. Tus enigmas se comieron mi azúcar espolvoreado y ahí me quedé yo: sin aliciente con el que alimentarme.

El año nuevo me trajo un nuevo calendario. El año nuevo me regalaba doce nuevos meses: tres inviernos para arropar mis heridas, tres primaveras para dejarlas cicatrizar, tres veranos para cubrirlas de agua salada y comprobar que ya no escocían, tres otoños con azúcar entre sus hojas.

Y tuvo razón esa mítica canción, fue la fuerza del destino la que me hizo pasar las hojas de un calendario tan incierto como asombroso. Esa fuerza del destino es la que separa dos almas que se juraron amor eterno para juntar otras dos que se regalan eternidad a cada instante. Esa fuerza del destino que me pone delante de un espejo y me dice que mi corazón no está solo porque hay un cuerpo y una voluntad que lo sostienen.

Y, entonces, me atrevo a dedicarte unas líneas y arrojarlas en tu buzón:

“Sólo ahora me doy cuenta de que no merecías tanta dulzura, sólo ahora me doy cuenta de que tu corazón es diabético, sólo ahora me doy cuenta de que por mis venas corre miel y azúcar y por las tuyas sólo escarcha. Ahora sí soy consciente de que te regalé mis mejores meses mientras tú sólo ibas tachando días. Porque no es lo mismo aportar que descontar, hoy soy yo la que descuenta gramos de azúcar de nuestra historia. La historia más dulce ya no me agria la piel. Exprimí los limones que me dejaste con tu partida, no dieron mal zumo, pero ahora prefiero otros cítricos”

Acabo de salir del portal que nos dio cobijo a tantos momentos de pasión y me dejo tentar por la naranja que llevo en la mochila. Sus gajos se entrelazan con mi lengua y logran deleitarme. Nunca me gustó el amarillo, es el color de la mala suerte y el de la gente que no cree en su destino. Me olvido de los limones por siempre. Alzo la vista y los tonos anaranjados del atardecer me hechizan. Me meto otro gajo en la boca y su jugo me cae por la comisura de los labios. Esa boca que creía dormida vuelve a estar viva.

Suena mi móvil, una voz aterciopelada me saca de mi ensimismamiento:

-Hola, ¿Qué haces?

-miraba al cielo.

-¿está bonito?

-Más que nunca, por fin logró librarse de los nubarrones que le acechaban. Ahora tiene el color de las naranjas dulces.

-Siendo así habrá que celebrarlo con un zumo. Te invito a uno.

-Si es de naranja… mil veces sí.

-Sí, de naranja, con una cucharadita de azúcar.

-Dos cucharadas, siempre dos cucharadas, por si la primera se diluye demasiado rápido.

Mientras voy al encuentro un remolino de hojas se enreda en mi pelo. Ahora caigo en la cuenta: Vuelve a ser Noviembre. Noviembre dulce…



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