El puesto de guardián del cielo
le quedaba grande; tanto que tenía que tomarse grandes píldoras que le
empequeñecieran más y más.
Cuando era tan diminuto como un
dragón paseaba entre las estrellas exhalando fuego entre sus fauces.
Guardaba después aquellas
estrellas en un cajón, junto a sus píldoras… sin embargo en éstas causaban el
efecto contrario, ya que al ingerirlas las estrellas se hacían tan grandes que
no cabían en el cielo.
Ahí estaba la misión del
guardián: volcar el universo entero, cuajado de estrellas, hasta nuestros pies.