Creo que estamos hechos de
primaveras eternas. De esas que llegan todos los años y se quedan a vivir en
nosotros o se llevan su fragancia para siempre. Eternidades que se vuelven
pasajeras o pasajes de la vida que se hacen inmortales en tu interior.
Estamos hechos de suspiros, de
anhelos e ilusiones. De ganas y desganas, paciencia e impaciencia. Nervios,
previos a más nervios.
Estamos hechos de amaneceres y
atardeceres, a plena luz del día y contando las lunas que nos quedan por vivir.
Y tanto llegas a contar que un buen día descubres que no te quedan números. Que
al as que guardabas bajo la manga le han derribado tus ansias de sentir. Y
pierdes, una vez más la partida, pero sigues apostando por sacar a flote a la
reina de corazones que es quien da pálpito a esas ansias desmedidas.
Estamos hechos de promesas en un
horizonte incierto. Tan inseguro como el que puedes contemplar a bordo de un
avión, cuando las nubes te impiden llegar al fondo del paisaje. Y, entonces,
descubres que detrás de esas nubes está tu verdadero destino y que las certezas
vienen marcadas por nuestras decisiones ante el rumbo que tomamos.
Estamos hechos de primaveras que
anuncian veranos. Y éste apuesta por dar calor a lo que no tenía color porque
la primavera había desteñido. Y, nunca es tarde para vivir el verano de tu
vida. Nunca es tarde para pedirle eternidad al tiempo ni magia a los momentos.
Estamos hechos de “nunca es tarde
para nada”…