Desde lo alto de la azotea
se cierne sobre mí el murmullo de la ciudad:
altanero, rimbombante, locuaz…
y, entonces, aprendo a valorar el silencio:
tímido, humilde, manso.
El silencio como
mejor expresión de uno mismo,
el silencio como moneda de cambio,
el silencio cuando las palabras hieren,
el silencio cuando las acciones lastiman.
Ante ti me rindo, silencio, porque siempre fuiste mi mejor
refugio,
porque siempre me meces en las noches frías
y me das cobijo cuando nadie lo hace.
Tú otorgas y yo callo,
tú pacificas cuando yo me rebelo,
tú me acoges cuando me siento deshabitada.
Silencio como redentor,
como protector,
como libertador.
Siempre supe que las mejores conversaciones transcurren en
silencio
y que quien nunca habló en silencio, jamás supo hablar.
Ahora que no oigo
nada del exterior
escucho mi interior
y, entonces, lo entiendo todo…