viernes, 18 de octubre de 2013

LUNA ROTA

Luna de miel sublime con mi marido idílico. Desde que le conozco mi vida real es mucho más perfecta que mi vida onírica, no hay lugar a dudas: estoy profundamente enamorada. Me costó darme cuenta de ello. Tuvimos muchas citas, buenas películas, interesantes conversaciones que se prolongaban más allá del bien y del mal, tiernos y apasionados abrazos… Nunca pudimos prometernos lo mejor del mundo pero siempre quisimos darnos lo mejor de nosotros. Como un reloj que marca con precisión los segundos, los minutos, las horas… él bordaba -con el pulso del mejor sastre- mis sueños, mis anhelos, mis inquietudes… nunca supe que tenía un sueño hasta que le conocí a él.

Una mañana encontré una célebre frase de Oscar Wilde sobre mi mesilla de noche: “Si no tardas mucho, te espero toda la vida”. No tuve más remedio que rendirme ante ese amor paciente, leal, fiel… El sentimiento que todos quisiéramos experimentar tenía forma humana y pretendía abrazarme. Era más que Cupido, era amor en su estado más puro… aunque tangible, con un contacto cálido y reconfortante.

Y aquí nos hallamos, en el mejor lugar donde nos podemos encontrar. Ningún lugar como el Caribe para perderme en sus playas, ningunos brazos como los suyos para dejarme querer. Mis pupilas no han hallado mejores amaneceres que éstos: luminosos, nítidos, evocadores… los atardeceres se anuncian sosegados, a la vez que embriagadores y hechizantes. Sí, estoy hipnotizada. Mi amor me magnetiza, el entorno me seduce y me lanza imparable hacia el imán que constituye su cuerpo. Yo soy él y él es yo. Somos más que un amor tropical; poseemos el calor del trópico y la brisa del mar. Calor y frío, pasión y serenidad, corazón y alma.

El hotel que nos acoge es un pecado para los sentidos: lujo, confort, relax… Desde el amplio balcón observo un inmenso mar. Las olas mecen mis sueños y el horizonte los engrandece. Abrazada a él me dejo querer, me dejo mimar, me dejo llevar… sólo él me conduce por los caminos adecuados, esos que hacen que mi corazón explote pletórico. Somos uno, somos mar, somos brisa… somos lo que siempre soñamos ser.

Esta mañana es especial. Hoy hace una semana de nuestra boda. Hace ocho días nos entregamos el uno al otro oficialmente, aunque nuestros corazones ya se habían jurado amor eterno tiempo atrás. Hasta que la muerte nos separe nos dijo el cura, mientras yo esperaba que ésta sólo fuera el preludio de nuestra vida eterna, uno al lado del otro.

“Buenos días, mi amor” me ha susurrado al despertar, “no los recuerdo mejores”, le he respondido. Su rostro exhala paz, sus ojos desprenden ternura y su boca rezuma pasión. Declaro la guerra a su paz, incendio su ternura y tiento a su boca. Sus manos me buscan, yo me dejo encontrar y una vez más somos uno. Y, sólo entonces, deseo perderme en ese mar que se antoja infinito; por siempre con él. Las olas nos mecen al unísono…

De repente un inquietante ruido detiene nuestro mar en calma. Sentimos un fuerte golpe en la puerta. Unas voces nos sacan de nuestra comunión perfecta. La ternura desaparece de sus ojos y vislumbro miedo. Sus brazos cobijadores me abandonan relampagueantes. Y, por vez primera, me desampara…

Hay revuelo en el pasillo y por lo que podemos discernir un grupo de atracadores está asaltando el hotel. El miedo evoluciona y se convierte en instinto de supervivencia. La única salida posible es por la terraza. Estamos en un segundo piso, el descenso puede ser algo complicado pero no imposible, merece la pena intentarlo.

Nos dirigimos hacia el balcón. El es más ágil y decidimos que sea el primero en intentar descender para luego ayudarme a mí. Los nervios y la tensión del momento le juegan una mala pasada, casi resbala, pero entonces encuentra mis manos salvadoras que le vuelven a aferrar fuertemente a la barandilla. Le engancho a la vida porque él es el eje de la mía.

Llega mi turno. Me ofrece sus brazos y yo me lanzo a ellos como si de una tabla salvadora se tratasen. Soy torpe… pierdo el equilibrio y me abalanzo estrepitosamente contra su cuerpo. Logra asirse a la barandilla al tiempo que sus brazos, aquellos que minutos antes se erigían defensores, me abandonan. Y me desampara de nuevo…con un movimiento algo brusco desprende su cuerpo del mío y exclama: “cielo, ésta vez debemos hacer el viaje por separado. Intenta bajar por ti misma. Yo sé que tú eres capaz. Te estaré esperando con los brazos abiertos”.

Mi cara se desencaja al tiempo que veo como corre hacia la entrada principal del hotel. Con mi mundo derrumbado se caen mis ganas de luchar. Mi mente se bloquea, mi vista se nubla y mis piernas no reaccionan. Mi cuerpo se balancea, hacia delante y hacia atrás, al final me acurruco en una esquina del balcón.

“Mi amor, de nuevo juntos. Tranquila, todo ha pasado” Abro los ojos y le veo, aunque en realidad no se bien a quien miro. ¿Tengo frente a mí al hombre de mis sueños o a mi sueño transformado en pesadilla?, ¿Tengo enfrente unos brazos apasionados y protectores o unos fríos y traicioneros?, ¿Tengo frente a mí una luna de miel llena o una luna resquebrajada y rota? Todas estas cuestiones me asaltan la mente mientras noto su tacto. Me estrecha la mano con cariño, con fuerza; me da cobijo. Pero mi sangre ya no fluye por él. No logra dar el calor necesario a mi cuerpo el cual sigue frío como un témpano. Se ha roto algo en mí o quizás haya sido en él; puede que el lazo que nos unía se haya desecho. Cierro los ojos de nuevo e intento dormir.

Me despierta la voz de un médico. Me informa de que he sufrido un ataque de pánico y me recomienda reposo y calma durante un par de días. El viaje de vuelta a casa es largo y deberemos retrasarlo. El sigue junto a mi cama: impertérrito, sereno, impasible.

Nos trasladan a otro hotel. Igual de bonito, igual de caro, ¿igual de seguro?... no logro apartar ese sentimiento de pánico de la cabeza. Aquellos minutos interminables en la habitación, los golpes en la puerta, las voces, los gritos… pero eso es pura anécdota cuando se cierne sobre mí otro tipo de pesar: decepción, traición, desconfianza, recelo. Siento que el cielo estrellado del Caribe ha caído sobre mí, las estrellas se han volcado una por una y -casi sin percibirlo- se ha apagado la luz. El mar ya no es calmado y no me arrulla junto a su cuerpo, ahora está furioso y el oleaje amenaza con hundirme.

Entre nosotros no fluyen las palabras. El intenta dar la máxima normalidad a la situación e iniciar una conversación pero mi cuerpo no responde. El manantial de mi boca se ha secado: de ella ya no nacen mensajes, ha olvidado como se fabrican los besos y se susurran palabras de amor. Mi cuerpo y mi alma permanecen fríos, no hay calor humano que logre aliviarlos.

La noche es extraña. Nos acostamos en la misma cama. Dos cuerpos juntos pero separados por un mar de dudas. Otra vez el mar y su influjo…

Esa noche tengo pesadillas. Sueño que me abrazan: son abrazos candentes y suaves… estoy en la playa; de repente se levanta un fuerte vendaval y los brazos se tornan fríos y ásperos. Su contacto me molesta y siento desconfianza, noto que me empujan y caigo en un torbellino. Nadie puede salvarme y me dejo caer. De pronto me despierto sobresaltada. Él continua durmiendo, parece que no se ha dado cuenta de nada; es mi soledad la que me da cobijo.

Superado el shock inicial decido dar una nueva oportunidad a la vida. A bordo del avión, entre las nubes, estoy segura. Siento que floto y que se cierne un nuevo horizonte sobre mí. Sobrevuelo el mar inmortal y se vuelven imperecederas mis ilusiones. Y, entonces, soy libre.

En una habitación, de un hotel de lujo del Caribe, un hombre lee una nota: “Nuestra luna, llena de miel, se ha partido en dos. No encuentro adhesivo lo suficientemente fuerte para unir ambas partes. Atrás dejo tus abrazos, ahora ya rotos también. Me llevo conmigo mi media luna menguante. En esta ocasión también debemos iniciar el viaje por separado”.


La cortina de lágrimas le impide ver la noticia con la que abre el periódico matutino: “Falso asalto al Hotel César. Un grupo de estudiantes crea una falsa alarma en este hotel de lujo haciendo creer a sus huéspedes que estaban siendo víctimas de un atraco. Todo formaba parte de una gamberrada y sostienen que sólo pretendían asustar. Ningún huésped ha sufrido daños ni se les ha sustraído ningún objeto personal de valor pero el hotel lamenta y pide disculpas por los daños morales que se hayan podido ocasionar”.

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2 comentarios:

  1. Agridulce e interesante.

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  2. me quedo anonadada leyendo este texto, de imperiosa fuerza apasionada y con un decantar estrecho y afilado, duro final de un precioso relato, a sus pies, maestra

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